miércoles, 2 de febrero de 2011

LA INFAMIA DE CASEROS


El 3 de febrero de 1852 la Confederación Argentina, que conducía legítimamente y conforme a derecho don Juan Manuel de Rosas, cayó derrotada en los campos de Caseros frente a la infame coalición que conformaron brasileños, orientales y urquicistas.
Aquella tragedia, que marcó a fuego nuestro destino nacional, fue el fruto de una trama perversa comenzada varios años atrás.
En efecto, nuestro enemigo histórico en la región, el Imperio del Brasil, hacia tiempo que estaba preocupado por que el gobierno de Rosas se había convertido en un escollo insalvable para sus ambiciones expansionistas, de modo tal que ordenó a su hábil diplomacia que encontrase la forma de derrocar al Ilustre Restaurador de las Leyes y el Orden.
En esto los brasileños coincidieron con los intereses económicos y geopolíticos de los ingleses, los cuales no cejaban en su intento por imponer la libre navegación de nuestros ríos interiores y el sistema de librecambio.
Para tales fines, los imperiales comprendieron que debían ganarse el apoyo de los enemigos internos de Rosas. Su presa mas codiciada fue el general Justo José de Urquiza, a la sazón gobernador de la provincia de Entre Ríos y a cargo del ejercito mas poderoso que disponía la Confederación Argentina.
Con ese afán ya en 1850 habían tentado al caudillo entrerriano solicitándole su neutralidad ante una eventual invasión al territorio argentino; oportunidad en la cual Urquiza supo contestar que no podía tomar tal actitud sin traicionar a su Patria.
Sin embargo, poco tiempo después, su forma de ver las cosas cambiaria. Razones de peso -o mejor dicho de pesos- influirían en ello. Y es que don Juan Manuel había resuelto poner fin al comercio espurio que había enriquecido al entrerriano.
Como bien lo explica el historiador José María Rosa, la política económica proteccionista que impulsó don Juan Manuel -instrumentalizada principalmente con la Ley de Aduana-, si bien protegió y dio un gran impulso a la actividad industrial en las provincias del interior –desencadenando así las agresiones anglofrancesas que culminaron en la Vuelta de Obligado-, sin embargo se convirtió en una molestia para los negocios personales de Urquiza.
Y aunque todos los gobernadores conservaron el derecho de adoptar las medidas económicas que deseen para sus provincias, siempre y cuando no perjudicaran a la Confederación; además de tener sus propias aduanas interiores y exteriores, sin que Buenos Aires obtuviera ninguna renta que les correspondieran a ellas; el caso es que Urquiza fue mas allá, en pos de su interés personal, abasteciendo a Montevideo, plaza enemiga sitiada por la Confederación, así como traficando oro y transgrediendo la ley de aduana en detrimento del bien común de los argentinos.
Su mismo secretario personal, Nicanor Molina reconoció que “Al pronunciamiento se fue porque Rosas no permitía el comercio del oro por Entre Ríos”. Claro que Urquiza debió encubrir esas motivaciones y alegó que se pronunciaba en contra de Rosas para dar al país una Constitución y terminar con la tiranía. Cuestiones que nunca antes le habían interesado y que tampoco podían justificar que un general de la Nación se una a los enemigos de la Patria con el objeto derrocar un gobierno e imponer otro ajeno a los intereses nacionales.
Así fue que, con ese pecado original –crimen de lesa patria-, se llegó al oprobioso 3 de febrero de 1852 y a la derrota inevitable de la Confederación Argentina frente a fuerzas mucho más poderosas. Fuerzas que dicho sea de paso habían sido financiadas por el enemigo extranjero poniéndose el patrimonio nacional como garantía del pago por dicha ayuda.
La ola de crímenes que se desató inmediatamente después de esta batalla fue otro baldón en dicho proceso, y fue un ejemplo más del proceder consuetudinario de unitarios y liberales en nuestra Patria. Más de 600 asesinatos en la ciudad de Buenos Aires, acompañados de toda clase de vejámenes a la población civil. Miles de ejecuciones en la campaña; toda una división del ejercito federal –la división Aquino- pasada por las armas; el coronel Chilavert y cientos de los héroes que lucharon en la Vuelta de Obligado asesinados cruelmente por los vencedores de Caseros.
El proceder de estos “iluminados”, que decían luchar contra la tiranía y el terror, y que prometían traernos los beneficios de la civilización; así como todo lo que vino después de Caseros, justificaría aun más todo lo hecho por don Juan Manuel de Rosas.
Las consecuencias de tal ignominia serian tristes, gravísimas y perdurables.
Por lo pronto, con la batalla de Caseros, Brasil salvó su destino y lavó sus afrentas. El hecho de que si bien la misma tuvo lugar el día 3 de febrero y que sus tropas esperaran hasta el día 20 de ese mes –aniversario de nuestra victoria en Ituzaingo- para recién entrar desfilando victoriosas en Bs As., lo dice todo.
Pero lo más grave fue que para la Nación Argentina Caseros vino a ser el comienzo de su declive nacional. Este hecho significó la interrupción de aquella empresa común iniciada en 1550 con la fundación de la ciudad de Santiago del Estero; determinó la ruptura de nuestra tradición histórica y el aborto de nuestro destino de grandeza.
A partir de entonces se comenzó a inventar un nuevo país, una antiargentina, de espaldas a la Argentina real y en contra de su verdadero Ser nacional.
El país que nació de aquel oprobio se edificaría conforme a los dictados de la masonería internacional y respondería a los intereses del imperialismo anglosajón.
El Estado que se organizará será la base del actual sistema de dominación que asegura el gobierno de los peores y la sumisión de nuestra Patria al capital financiero internacional.
El modelo económico a implantarse de aquí en más se encargará de transferir nuestras riquezas al extranjero; y nuestra cultura hispano católica y criolla sufrirá el embate de la cosmovisión materialista, laicista y liberal que transmiten las logias masónicas.
Incluso el repudio a lo autóctono llegó a tal punto que se intentó implementar un verdadero genocidio con nuestro pueblo criollo a los efectos de reemplazarlo por una inmigración anglosajona y protestante que gracias a Dios no arribó a estas tierras. De todos modos, aquellas matanzas sistemáticas de gauchos habrían de afectar la sicología del arquetipo del hombre argentino, contribuyendo a la perdida de nuestro antiguo espíritu heroico y digno.
Ese espíritu fundacional perdido -pero materialmente vivo-, justamente es lo que los nacionalistas debemos recuperar para que volvamos a tener una Nación grande, fuerte e independiente, como la de los tiempos de don Juan Manuel; y para que los felones de hoy –del mismo linaje de los de Caseros- tengan su merecido.

Edgardo Atilio Moreno

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