Por: Néstor Núñez
En un momento de la historia cuyos hombres tumban todo lo que había de intocable y usan las tradiciones de mingitorio desde las numerosas naciones que han echado al fuego del olvido el “non bis in idem”, hasta los pueblos que piden porque sea abolida la intangibilidad de instituciones como el matrimonio, que venían siendo sagradas desde que vivíamos en cavernas, Benedicto XVI, que ya era viejo cuando lo eligieron Papa, decide que no tiene fuerzas para seguir siendo el Obispo de Roma, el jefe de la cristiandad, el sucesor de Pedro.
Capaz -dice uno que no es vaticanista- que quiere asegurarse la sucesión, influir en los cardenales para que elijan uno afín, pero más joven. Como el dueño de una fábrica que decide jubilarse antes para ceder su lugar a uno de los hijos. En una de esas no confía en que el Espíritu Santo ha de guiar a los cardenales y entonces decide a influir él, aprovechando que está vivo todavía.
Más allá de toda especulación sobre los motivos del Papa para dimitir, queda instalada una certeza, no hay ningún motivo para no tirar abajo cualquier cosa que se oponga al derecho que tiene todo hombre de conseguir su propio placer. No nos gustaba el anterior, pero babeante y con el Párkinson que no lo dejaba tranquilo llevó su cruz hasta el final, como sabía que debía ocurrir cuando lo eligieron Papa. Éste no quiere salir mal en la foto, se va antes de que lo retraten como un anciano carcomido por los años.
Hace unos días hubo una señal. Las agencias de noticias trajeron la buena nueva de que por fin acepta el Vaticano que se reconozcan derechos a los matrimonios gays. El presidente del Pontificio Consejo para la Familia, Vincenzo Paglia, aclaró que esos derechos no deben confundirse con el matrimonio, el cual sólo puede existir por la unión de un hombre y una mujer. Aclaración contradictoria, ¿no?, alguien que no existe tiene derechos. Eso es dar vuelta el derecho, no macanas.
Pero vámonos preparando para sufrir a los editorialistas de todo el mundo hablando de la valentía del Papa, de su espíritu acorde con este tiempo, de una interpretación del Evangelio que lo vuelve más humano todavía y de la necesaria reforma que debe darse en la Iglesia para hacerla más democrática y abierta a los nuevos tiempos.
La historia siempre puede cambiar, quizás sea esta una nueva oportunidad -la anteúltima- para que la Iglesia vuelva por sus fueros y, retomando una tradición que no debió haber abandonado jamás, brinde al hombre de hoy una salida a sus angustiosos problemas existenciales.
Nosotros oremos.
lunes, 11 de febrero de 2013
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