“¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en algún hoyo?” (San Lucas, 6, 39)
Robert Ardrey dice en “Génesis en África”: “El hombre es un vertebrado. Y cuando hallamos un característica predominante en todas las ramas de los vertebrados, tal como es el instinto de conservar y defender un territorio, entonces podemos considerarle como un instinto significativo”. “Según Cusafont pertenecemos a los vertebrados, y dentro de ellos a la clase de los mamíferos, que engloban a nuestro orden, el de los primates, y a nuestra familia, la de los homínidos […] La sociedad es el mejor amigo de los primates. Por medio del mecanismo social los primates se han asegurado la obtención del mayor rendimiento de su don supremo,el cerebro, y reducen al mínimo los inconvenientes de su inherente vulnerabilidad […] El animal salvaje no es libre,se impone en su conducta el orden debido a la supervivencia de sus jóvenes, que deben ser educados y defendidos, debido a las leyes de la exigencia territorial, y debido a las leyes de predominio. Para sobrevivir se impone el orden sobre sus inclinaciones por exigencias de su sociedad. El primate es uno de los individuos más ordenados. No obstante, si en su vida se suprime un factor —el territorio— puede suceder cualquier cosa […] Los animales en cautividad no pueden mostrar el curso normal de sus energías instintivas. Ni los impulsos del hambre ni el temor del cazador alteran la ociosidad de sus horas. Ni las exigencias de la sociedad normal en las de la defensa territorial aseguran el derecho de prioridad de las energías con que la naturaleza les ha dotado. Si se observa a un animal obsesionado por el sexo. Es simplemente porque es el único instinto que tiene una espita de salida en cautividad”.
Konrad Lorenz, a su turno, nos dice en “Los ocho pecados mortales de la humanidad civilizada”, que “existen muchos impulsos humanos con suficiente homogeneidad para encontrar una denominación en el lenguaje coloquial”, entre los que incluye la “tendencia a la organización jerárquica, sentido de la territorialidad, etc.”.
Considerando estas bases precitadas, y haciendo abstración tanto de sus autores como de sus errores filosóficos y terminológicos, ¿en qué situación se podría ubicar a un gobierno que permite que se destruyan las instituciones que deberían luchar por defender su soberanía; que permite que se destruya todo concepto de autoridad, que se entregue su patrimonio por nada, que se comprometa a las generaciones futuras, ya sea contaminando el suelo —como en el caso de la megaminería—, saboteando su educación, o aún alentando a que ni siquiera nazcan sus ciudadanos, siguiendo las órdenes de la cultura de la muerte impulsada por la International Planned Parenthood Federation desde la ONU, etc.?
Si de acuerdo con los conceptos de Ardrey la sociedad argentina se compusiera de primates subhumanos, por el estado de anarquía en que se halla, se diría que nos encontramos en situación de cautiverio.
Conviene recordar que no hay proyecto de poder político sin proyecto cultural, el cual se cumple de varios modos: desinformación (especialmente por medio del auge de la información superficial, sin mencionar la causa de los sucesos), la diversión, es decir, el aporte de noticias intrascendentes, la saturación de consignas, también intrascendentes; todo lo cual, con su incesante bombardeo, lleva a impedir el análisis de la realidad y a confundir a la sociedad, fragmentándola y conduciendo a la apatía ciudadana.
Esta es la meta de la que habla Samuel Huntington, Coordinador de Planificación de Seguridad en el Consejo de Seguridad de Estados Unidos: “El funcionamiento efectivo de un sistema político democrático requiere por lo general medidas de apatía y no compromiso por parte de algunos individuos o grupos”.
Por eso el blanco esencial del Nuevo Orden Mundial es el control, y consiguiente deterioro de la educación. Veamos: en un estudio realizado en 2003 por la UNESCO y la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo, entre estudiantes de quince años de 41 países: “La Argentina quedó en el puesto 33. A la cabeza de Latinoamérica, pero figuró entre los nueve peores países considerados […] El 44% de los jóvenes de nuestro país demostró serios inconvenientes en la comprensión de textos considerados sencillos […], tan sólo el 2% de los alumnos fue capaz de entender, sin problema de ninguna índole los materiales de lectura que debieron evaluar” (Vicente Massot, “La Excepcionalidad Argentina”).
En 2009 fue peor: salimos últimos, cómodos. Un artículo de “La Nación” del 4 de octubre, “Educar, el Mañana es Hoy”, nos informa que el Operativo Nacional de Educación “señala que el nivel de rendimientos más altos en matemáticas de tercer grado de la Educación General Básica sólo logró ubicarse en el 19,6% de los estudiantes de las escuelas públicas mientras que en lenguas sólo llegó al 16,9%”.
Cabe preguntarse por qué tanta dificultad en lectura y lengua. El Dr. Julio González (“Los Tratados de Paz Por la Guerra de Malvinas”, 1998), dice que “destruyendo el lenguaje se destruyen las ideas. Destruyendo las ideas se destruyen los conceptos. Destruyendo los conceptos se destruye las conductas”. Es decir, la meta es destruir nuestro “don superior”, así como nuestros instintos básicos ancestrales —territorialidad y orden jerárquico— indispensables para la supervivencia.
¿Cómo digerir entonces la ayuda que puedan prestar los jóvenes de La Cámpora a los niños de escuelas primarias, si además se ocupa el tiempo destinado a las primeras letras con juegos y lecturas partidarias? ¿Y supuesto que el sufragio universal fuese la panacea, qué chicos sin experiencia, y anegados de desinformación, pueden decidir sobre el destino de la Patria?
Luis Antonio Leyro
Tomado de: http://elblogdecabildo.blogspot.com.ar/
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