Una de las notas que distinguen al verdadero nacionalismo argentino de sus falsificaciones cripto-marxistas es la del hispanismo.
Lamentablemente, a algunos nacionalistas practicones esta característica distintiva les resulta incomoda de sostener; ello atento a que, en los tiempos que corren, ella es por de mas políticamente incorrecta.
Sin embargo los nacionalistas no podemos dejar de ser hispanistas dado que tenemos la obligación de defender nuestra identidad nacional; y no hay dudas que la Hispanidad es uno de los componentes básicos del Ser Nacional argentino.
Mas allá de todas las impugnaciones que el progresismo pueda formular a nuestra identidad hispánica, ella constituyó la matriz cultural de la cual salió nuestra Nación; y todo lo demás, pre-existente o sobreviviente, le es accesorio.
El análisis objetivo de nuestra historia y tradición demuestra que somos hijos legítimos de esa España misionera y reciamente medieval que encarnó los valores tradicionales de la Cristiandad y del orden natural para llevar adelante la empresa portentosa de difundir el Evangelio en estas tierras; de ella provienen los elementos básicos y esenciales que conforman nuestro Ser Nacional, le pese a quien le pese, es ese un dato de la realidad que no proviene de ningún a priori filosófico o teológico sino del conocimiento de nuestra tradición histórica.
Cabe aclarar -por las dudas- que cuando hablamos de Hispanidad no estamos apelamos a un españolismo desatinado que reivindica tutelas y primacías que no corresponden; ni nos estamos refiriendo a la España moderna y masónica que traicionó su destino. Mucho menos estamos mentando una entelequia o ficción salida de un caletre anacrónico, sino que estamos hablando de algo bien concreto y real.
La Hispanidad, como bien lo enseñó el Padre Zacarias de Vizcarra, es el conjunto de cualidades que distinguen a los pueblos hispánicos, sobretodo aquellas que le permitieron a España llevar adelante la misión ecuménica de ser portadora del mensaje evangélico y construir un Imperio en donde esas dos realidades, la espiritual y la temporal, coexistan en armonía. Por ello la Hispanidad es también una weltanschauung, es decir una visión del mundo basada en el catolicismo militante y opuesta al racionalismo, al liberalismo, y a todos los valores de la modernidad refractarios de nuestra identidad y de nuestra Fe.
Cuando los valores espirituales de la Hispanidad vertebraban el orden social y político en estas tierras, la Argentina fue grande; nuestra sólida identidad hispánica nos protegió de las malsanas influencias foráneas y nos permitió resistir con éxito las pretensiones imperialistas de las potencias extranjeras.
En aquellos tiempos, un orden social armónico, en donde -a pesar de las humanas deficiencias- el Bien Común era la meta de la sociedad política, mostraba a las claras la superioridad de la civilización cristiana y del orden tradicional por sobre los proyectos utópicos del iluminismo.
Todo ese edificio comenzó a derrumbarse cuando se inició el proceso de des-hispanización y sobre sus gloriosas ruinas se construyó el mito del Estado liberal.
Hogaño, si queremos resistir al avance mundialista y protegernos del cosmopolitismo extranjerizante debemos recuperar ese legado cultural que llamamos Hispanidad. Ese núcleo cultural originario es la única salvaguardia de nuestra nacionalidad.
Frente al tsunami cultural que plantea la globalización, y ante los nuevos desafíos que significan los renovados aluviones migratorios –sean estos de origen continental o extracontinental-, los argentinos no tenemos otra salida que revalorizar y revitalizar nuestra identidad hispánica.
No hay dudas que solo fortaleciendo lo castizo y criollo podremos absorber los elementos foráneos que se incorporan a nuestra Patria y amalgamarlos a nuestra nacionalidad; de lo contrario será imposible encarar cualquier empresa nacional.
Por ello, aunque parezca utópico o inoportuno, al nacionalismo argentino le cabe la obligación de seguir defendiendo la Hispanidad; de seguir proclamando que nuestra Patria debe retomar su tradición hispánica y católica; de insistir en la necesidad de recuperar ese espíritu apostólico y guerrero desplegado en la conquista de América en la época de los Austrias, y que halló su correlato en los tiempos de don Juan Manuel de Rosas.
Solo así la Argentina volverá a ser esa nación digna y soberana; heroica y orgullosa; esa tierra hidalga de las estancias y las pulperías, de los fortines y los campanarios, de las industrias y de los ríos encadenados, de la cruz y la espada.
Edgardo Atilio Moreno
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