La democracia orgánica, una opción valida
Así como en la antigüedad la esclavitud era considerada una institución “natural”, normal, y aparentemente irremplazable; hoy en día existe la convicción de que no puede haber otra forma de gobierno que no sea la democracia liberal basada en el mito herético de la soberanía popular. Del mismo modo tampoco se concibe otro mecanismo de participación popular en el ordenamiento político, que no sea el del sufragio universal por medio de los partidos políticos.
A pesar de que con esta forma de gobierno -de perversidad intrínseca-, se conculque la ley Divina y se subvierta el orden natural; la inmensa mayoría de católicos no se da cuenta de las graves consecuencias que acarrea dar a la Autoridad otro fundamento que no sea Dios. Es mas, a muy pocos se les ocurre pensar que al menos es lícito plantear la objeción de conciencia frente a las leyes anticristianas e inicuas que sancionan los representantes del demos así erigido en soberano. Ni que hablar de esbozar actitudes heroicas de rebelión frente a estos gobiernos ilegítimos e impíos[1].
Por otro lado a la gente tampoco se le ocurre imaginar otro sistema representativo en el que la participación política no se ejerza a través de los partidos políticos. Se da por sentado que esta democracia rouseauniana es la única que existe, que no hay alternativas a lo existente, y que cuando se critica a la partidocracia se esta propugnando el golpe de estado o la típica dictadura militar. Por ello es que en cada crisis el Sistema llama a “fortalecer las instituciones”, léase partidos políticos, apelando al viejo sofisma de que los males de la democracia se curan con mas democracia.
En este contexto los nacionalistas tenemos la ineludible misión de recordar que frente al sistema demoliberal y masónico, que padecemos, desde la nefasta revolución francesa, existen otras formas –y estas si legitimas- de gobierno, de participación popular y de representación política.
Y cabe aclarar que no nos estamos refiriendo siquiera a la antigua institución de la dictadura, forma legítima también -aunque extraordinaria y temporaria – de gobierno cuando una situación de grave crisis así lo exige. No, nos referimos simplemente a formas republicanas, o democráticas en el sentido clásico del termino, que dejan a salvo la doctrina católica sobre el origen del poder e instauran un mecanismo electoral que permite al pueblo elegir a sus gobernantes dejando de lado las estructuras artificiales masificantes y mafiosas de los partidos políticos.
Ciertamente que las consecuencias que acarrea el actual Régimen, o Sistema de Dominación, son hoy por hoy cada vez más evidentes. Ninguna persona honesta y sensata se hace muchas esperanzas de que el bien común se pueda lograr con este sistema; el asunto es que muy difícilmente se atreven a plantear salidas que no sean las “políticamente correctas”, y ello por la sencilla razón de que ven pero no comprenden.
En ese sentido, y a tenor de los últimos acontecimientos, muchos pudieron ver claramente que en nuestra Patria se están implementando ciertas medidas que tienden a su descristianización, y que fomentan la corrupción de todo el cuerpo social; ahora bien, lo que casi nadie tiene en claro es a que responden estas iniciativas, cual su fin, y cual es el postulado en base al cual se llevan a cabo.
Si pudieran ver mas allá de lo coyuntural podrían percatarse que estamos frente un plan sistemático de destrucción de nuestra cultura fundacional, y del principal vector de transmisión de los valores que dicha cultura plasma, es decir de la familia. Plan ordenado por el Poder Mundial a los efectos de disolver a nuestra ya agonizante Nación y someterla definitivamente a la tiranía universal.
Lo que ocurre es que -como dice el dicho- algunas veces el árbol oculta el bosque y así episodios puntuales no dejan ver el proceso dentro del cual se enmarcan, sobre todo si existe una cortina de humo que no permite ver el resto de la realidad en perspectiva; por eso es importante contextualizar los hechos y comprender la estrategia del enemigo y sus armas.
Es lo que les pasa a muchos de los que participaron activamente en la campaña en contra del “matrimonio” homosexual. Se quedaron en la coyuntura, y para el colmo desmoralizados por la derrota.
Sin embargo la aprobación de dicha ley dejó bien en claro dos cosas. Una que los representantes del pueblo llevan adelante medidas para las cuales nadie los voto; y dos, que el fundamento que les permite ir en contra de nuestra identidad cristiana es el falso dogma de la soberanía popular.
Es evidente entonces que el sistema político e institucional, su fundamento teórico y sus instrumentos prácticos, están pensados, no para cumplir un supuesto mandato popular sino para colaborar con los planes hegemónicos de un Poder Mundial interesado en evitar que el Estado argentino pueda estar al servicio de la Nación.
Por ende, a los nacionalistas nos corresponde insistir en la necesidad de cambiar nuestra forma de gobierno y su sistema de representatividad; y aunque hoy no tengamos los medios materiales para hacerlo no debemos dudar que nuestro testimonio nos conferirá una autoridad importante a la hora de ensayar al menos alguna modificación gradual en el mismo. Además, plantear la posibilidad de una forma republicana, o sanamente democrática, de gobierno distinta a la democracia liberal cada día tiene mayores virtualidades.
En definitiva, hoy más que nunca el nacionalismo argentino esta obligado a insistir con la reivindicación de lo que otrora fuera su caballito de batalla: la sustitución del actual sistema partidocratico por una republica corporativa o de democracia orgánica.
Edgardo Atilio Moreno
[1] Respecto a esta ultima alternativa, es decir la de la rebelión, es oportuno recordar que, aunque hogaño no se den todas las condiciones exigidas por la recta doctrina para legitimar una acción directa tendiente el derrocamiento de los tiranos; este no deja de ser un derecho, ultimo y extremo, pero siempre valido.
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