jueves, 16 de agosto de 2012

LA PATRIA

La palabra Patria tiene su origen en el término “Padres”. Toda Patria hace referencia a una Paternidad. El hombre es un ser que vive vinculado a otros, y que necesita, en primer lugar de sus padres, de su familia. De ellos recibe la alimentación, la crianza y la educación. Junto con esos beneficios va recibiendo unos hábitos, un modo de ser, unas cualidades particulares. La familia es el primer núcleo social que el hombre forma. Ésta, a su vez, se proyecta en grupos mayores, y así surgen los clanes, las tribus, los pueblos. Toda persona nace en el seno de un pueblo; éste es producto de una historia, de un pasado que lo fue modelando, de un modo particular de acceder a los bienes de la cultura. Por este motivo podemos afirmar que el hombre es un heredero; recibe los bienes culturales que otros produjeron a través de los siglos, y que le permiten desarrollarse como persona. Los seres humanos se van modelando, y desarrollando su inteligencia y su voluntad, a partir de la herencia cultural que sus mayores y antepasados produjeron y legaron. Por todo esto podemos afirmar que “somos lo que recibimos”: de la tradición heredada, a través de la educación y de los ejemplos que se nos proponen.

Un poeta francés enseñaba que el hombre es deudor: de su tierra y de sus muertos. El hombre íntegro ama y respeta a esa tierra y a esos muertos; y vive, sobre todo hacia estos últimos, un verdadero sentimiento de filiación. Siempre se ha hablado, en los pueblos que no han perdido su dignidad, de los “Padres de la Patria”. Así como hay padres físicos que nos dan la vida, y hay padres espirituales que nos dan la vida de la Gracia (por esto llamamos Padres a los sacerdotes), del mismo modo es legítimo llamar padres a aquellos que construyeron la Patria en la cual accedemos a los bienes de la cultura y en la que nos desarrollamos, por lo tanto, como personas.

Siguiendo al poeta francés Barrés, nos referíamos, en el párrafo anterior, a la tierra, ya que ésta con sus particularidades –sus mares, ríos, llanuras, montañas- imprime un sello particular al modo cómo expresa la cultura un pueblo determinado. Nuestra Patria cuenta con regiones diversas y bellas que fijaron cada una, una característica peculiar al estilo argentino; el Noroeste, el Litoral, la llanura Pampeana, la zona central –con Córdoba como “corazón”-, la región Cuyana, y la Patagónica; las que a su vez, en su interrelación con las zonas y países limítrofes, adquirieron sus rasgos propios.

Si bien la tierra es un elemento muy importante en la conformación del estilo de una Patria, aquello aportado por los muertos, y recibido y enriquecido por los vivos es lo más importante. A esta herencia cultural que se va transmitiendo para que las nuevas generaciones se aprovechen de ese bagaje –y que a su vez lo profundicen- le damos el nombre de tradición. La tradición argentina hunde sus raíces en el acervo cultural de Occidente. Del mundo clásico recibimos la herencia de Sabiduría de los griegos; el sentido de Justicia, expresado a través del Derecho, de los romanos; también de Roma recibimos la lengua, ya que el español es una lengua romance, derivada del Latín. Esta rica cultura fue fecundada en la Edad Media por el Cristianismo. Fueron los monjes y los teólogos medievales quienes profundizaron en aquel rico manantial cultural del mundo clásico, y a partir de él –y de la Revelación recibida a través de Jesucristo en la Iglesia- se sumergieron en la contemplación del Ser, colocándose en una actitud reverente ante la sacralidad de lo real, que refleja los atributos del Creador. De este modo penetraron en la analogía del Ser, remontándose desde el mundo material inanimado, pasando por el mundo vegetal, animal, racional (el hombre), hasta Aquél que es el Ser necesario, Ser en Acto, Ser cuya esencia es Ser.

 Las riquezas profundísimas de esta cultura fueron recibidas, profundizadas, y reelaboradas por la intelectualidad española de los siglos XVI y XVII –ya en plena Edad Moderna-. Justo cuando la cultura del resto de Europa rompía con su tradición, y se volcaba hacia valores no orientados al desarrollo espiritual –cognitivo y volitivo- del hombre, sino hacia un saber útil que le dé un dominio material del mundo. Por este motivo, el prototipo de esta nueva cultura ya no fue el monje y el religioso, sino el burgués, el hombre práctico. Contra esta nueva orientación de la cultura se enfrentó una nueva Orden religiosa defensora de la tradición sapiencial occidental, aunque abierta a las inquietudes culturales de la Modernidad. Esta Orden fue la Compañía de Jesús, y su fundador San Ignacio de Loyola. La Nación que impulsó y luchó por esa Reforma, y esa evangelización fue, como ya indicamos, España. Ésta luchó por trasplantar la cultura gestada en los tiempos de la Cristiandad en sus nuevos territorios de América y Filipinas. Por otra parte, apoyó la acción renovadora y cultural del Concilio de Trento y de los jesuitas. España, a imagen de la antigua Roma, creó un gran Imperio, no ya sobre las costas del Mediterráneo, sino sobre las del Atlántico. Y el basamento cultural de este Imperio fue la sabiduría cristiana, expresada a través de la lengua castellana. A este mundo lo vamos a llamar Hispanidad, fiel heredero de la Romanidad, y de la Cristiandad. Nuestras naciones hispanoamericanas son parte de esta Hispanidad.

Por todo lo dicho podemos concluir que hay rasgos culturales característicos que definen a las naciones hispanoamericanas, y en particular a nuestra Patria Argentina. Algunos filósofos han enseñado que así como cada persona recibe una misión, una vocación, también las Patrias son pensadas por Dios para cumplir una misión en el tiempo. Y un líder español de la década del 30 sostenía que una Patria es “una unidad de destino en lo universal”. Esto quiere decir que los miembros de una Patria están unidos para cumplir un destino, una misión particular, dentro de los valores fundamentales que constituyen a la cultura universal. Intentando indagar cuál es la misión de nuestra Patria, podemos sostener que, luego de haberse ido conformando durante los tres siglos de pertenencia española, ha cumplido dos misiones. La primera, sostener la independencia de América ante el mundo –sobre todo a través de la gesta del General San Martín; de la férrea defensa de dicha independencia por parte del Brigadier Juan Manuel de Rosas; y de importantes ocasiones, durante el siglo XX, en las que la República Argentina supo plantarse frente a pretensiones “panamericanistas” de la potencia del Norte, o ya en los 70 enfrentar la agresión marxista de las bandas terroristas-. La otra, ofrecer abiertamente un destino donde mejorar su condición de vida a tantos y tantos migrantes que la han escogido por Patria propia.

Por último analicemos los deberes humanos hacia la Patria. El ser humano está llamado a perfeccionarse, a cultivar sus potencialidades –la inteligencia y la voluntad, abriéndose a la Verdad y al Bien-. Para esto es necesario adquirir hábitos buenos que se llaman virtudes. La virtud que regula la relación del hombre hacia sus mayores, hacia sus padres, hacia su Patria y hacia Dios se denomina Piedad. Por medio de ésta el hombre reconoce reverentemente todo lo recibido, lo hace suyo, lo guarda, lo cuida, y le ofrece su devoción y agradecimiento a quienes tanto le han dado: Dios, sus Padres, sus antepasados, su Patria. Esta virtud nos hace ser buenos hijos, reverentes ante toda paternidad, la cual deriva de Dios, y que se refleja en todos aquellos que nos dan la vida material, cultural o espiritual.

 Por: Javier Ruffino

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