Durante los festejos del 9 de julio, en Tucumán, la presidente Cristina Fernández convocó una vez más a los argentinos a la “unidad nacional”.
Sus dichos causaron –como era de esperar- el repudio de la derecha liberal que le achaca al kirchnerismo el haber recurrido permanentemente a las divisiones y a la confrontación para construir su poder. Su llamado a la concordia y a la unidad entonces –concluye esta gente-, suena a cinismo y a hipocresía.
Y es cierto, este gobierno que cuenta entre sus funcionarios a reconocidos miembros de organizaciones armadas que actuaron en contra de la Nación, y que permanentemente atiza el odio y la venganza, no tiene ninguna autoridad moral para hablar de “unidad nacional”, ni puede hacerlo con sinceridad.
No hay dudas que sus dichos solo tienen por miras neutralizar los argumentos de la pseudo oposición y mantener la parodia del “patriotismo” con la que encubren sus latrocinios.
Sin embargo, hay en este tema algo mucho mas profundo que lo percibido por los liberales, pues la cuestión de la unidad nacional va más allá de la perversidad de este gobierno e involucra una cuestión existencial.
En efecto, el problema de los argentinos es que no nos hemos congregado en torno a una empresa en común, coherente con nuestro ser nacional, desde la derrota de Caseros.
No ha habido desde entonces, en quienes gobernaron este país –más allá del partido al que pertenezcan- una comprensión de la verdadera identidad de esta Nación, ni una aceptación del destino común al que hemos sido llamados; y esto es gravísimo pues sin esos requisitos no puede haber jamás verdadera unidad nacional. Ya lo decía José Antonio Primo de Rivera, una nación, más allá de las particularidades que la componen, es una “unidad de destino en la universal”.
Ahora bien, para saber quienes somos y cual es nuestra misión tenemos que tener en claro nuestros orígenes. De esta cuestión se ocuparon tempranamente tanto el nacionalismo como el revisionismo histórico; y al respecto no hay dudas de que la Argentina –más allá de los componentes indígenas y de los aportes inmigracionales- proviene de una matriz hispano católica que con sus valores y cosmovisión determinó de una vez y para siempre la esencia de su Ser Nacional.
Por lo tanto, este origen y esta identidad nos comprometen de modo irrenunciable con una misión histórica, cual es la de ser parte activa de la cristiandad hispánica; con personalidad propia y soberana pero con el mismo fin: el de plasmar el mandato evangélico y conformar una sociedad como Dios manda.
La unidad nacional entonces solo se puede construir a partir de la aceptación de nuestros orígenes auténticos, y siendo fieles con esa empresa nacional heredada.
Una prueba de la confusión existente al respecto es el significado que se da en nuestra historia a los hechos de Mayo de 1810, ya que se ha querido ver en dicha fecha los orígenes de nuestra nación, cuando ellos se remontan a más de dos siglos antes.
Inclusive es a partir de entonces –aunque si se quiere aun antes- que nos hemos visto expuestos a un lamentable proceso de disolución nacional; proceso que se frenó momentáneamente cuando llegó al poder el Brigadier General Juan Manuel de Rosas, hombre grande y providencial, sin el cual nuestra Patria se hubiera desintegrado territorialmente en numeroso estados insignificantes, o directamente habría sido absorbida por los países vecinos.
Luego vinieron los liberales e impusieron una unidad nacional falsa en torno a un proyecto antinacional que se diseñó conforme a los intereses británicos; y que en nuestro país solo beneficio a la oligarquía nativa.
En realidad se trató de la unidad de la oligarquía frente a los restos derrotados de la nación argentina, y de espalda a sus verdaderas tradiciones.
Y así llegamos al actual estado de cosas en donde se ha hecho de la infidelidad a nuestra misión histórica, y de la disolución nacional, un sistema de gobierno.
Sistema inicuo que potencia a todos aquellos elementos que atentan contra la Unidad Nacional, a saber: la partidocracia, el indigenismo, la lucha de clases, y el sometimiento al imperialismo internacional del dinero.
De modo pues que todo nuestro devenir político –salvo momentos excepcionales- estuvo dirigido a la disolución espiritual de la nación, al desmembramiento territorial, y a la ruina del patrimonio económico.
Por ello, hablar de unidad nacional, sea que lo haga el gobierno o la seudo oposición liberal, cuando se niega y traiciona las notas constitutivas de la nacionalidad es pura perfidia e impostura.
Dr. Edgardo Atilio Moreno
Editorial revista Milo Nº 8
jueves, 9 de agosto de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario