Por: Enrique Díaz Araujo
Como es sabido, cada vez se publican menos libros buenos; la lectura edificante no abunda; lo que sobra es la basura intelectual. Esa es la razón (o, mejor dicho, la sinrazón), de la existencia de una “Feria del Libro”, como la que se acaba de cerrar en Buenos Aires, donde, salvo contadas excepciones, lo más llamativo a exponer han sido los resentimientos viscosos de Eduardo Galeano, las “reflexiones” de Aníbal Fernández, o las confesiones procaces de Moria Casán.
Ante una desgracia de ese tamaño cabría simplemente lamentarse, como habitualmente tenemos que hacer a diario por los sucesos de nuestra patria.
Pero también podríamos intentar acá la aplicación de un principio moral que reza que siempre hay que tratar de sacar el bien posible de un mal inevitable: “Ahogar el mal en el bien”.
¿Cómo?
Pues, trasladando al campo editorial un hecho físico industrial. Es notorio que lo que se ofrece, en la citada Feria, en gran proporción, es desecho de la peor especie. Ahora bien: se sabe que ciertas maquinarias pueden compactar los desperdicios en general, hasta conseguir que de una sucia chatarra quede una chapa utilizable. Pues, algo análogo podríamos procurar hacer nosotros, seleccionando dentro de la multitud libresca, alguno que nos preste cierta utilidad, tras resumirlo.
Guiados por ese criterio, recorrimos los “stands” de la Feria, y dimos con tres libros. Traemos ahora al lector de “Cabildo” el extracto compactado de dos de ellos.
Del tercero, que es mucho peor, (“La cuestión Malvinas. Crítica del Nacionalismo argentino”, de Fernando A. Iglesias, Buenos Aires, Aguilar, 2012), nos ocuparemos en otro número.
No se trata, por cierto, de recorrer todos los temas allí considerados. No. Sólo bucearemos en esos mares tenebrosos en busca de las cuestiones referentes a las luchas armadas de la época del llamado “Proceso de Reorganización Nacional”, y sus eventuales prolongaciones a tiempos más cercanos. Veámoslo.
“SUEÑOS POSTERGADOS”
Ese prócer de la era kirchneriana de la Argentina que es Sergio Schoklender, publicó en diciembre del 2011, un libro, o algo por el estilo, denominado “Sueños Postergados. Coimas y corrupción en la patria de los desvíos” (Bs. As., Planeta, 2011). En esta misma revista, autores más calificados que nosotros, se han ocupado de los conceptos vertidos por el Asesor de la Fundación Madres de Plaza de Mayo. No los vamos a reiterar. Pero ya que, con cierto atraso, lo acabamos de comprar y leer, queremos consignar algunas perlitas escondidas en dicha ostra editorial, que, tal vez, no hayan sido resaltadas antes.
Sin dar una fecha exacta, situando el caso alrededor del año 2003, el ilustre parricida y no menos célebre estafador, anota:
“El programa que sosteníamos con las Madres era totalmente revolucionario. Se había nutrido también de compañeros de los Hijos de las Madres. Nuestro objetivo era la revolución. La única salida que se veía lógica era la lucha armada. No veíamos otra alternativa para enfrentar el menemismo y el neoliberalismo. En aquella época en el sótano de la universidad (nota: de la Fundación Madres de Plaza de Mayo) guardábamos de todo. Si me llamaban a medianoche, yo pensaba que había volado la universidad. Cuando se produjo el enamoramiento entre Hebe y Néstor (Kirchner) tuvimos que sacar urgente todo lo que había en el sótano y hacerlo desaparecer […]. De todos modos, tuvimos mucha relación con grupos que propugnaban concretamente la lucha armada y no escapamos a su influencia” (op. cit., págs. 85, 87).
Son párrafos que no requieren glosa alguna de nuestra parte. Se comentan solos. A lo mejor un fiscal verifica si los delitos de sedición, asociación ilícita, rebelión y otros atentados contra la autoridad, en concurso real, allí confesados, están prescriptos o no. A todo evento, Schoklender declara que para ese tiempo él era abogado de “Quebracho”, cuyo amor por la legalidad es bien conocido. Lo interesante es que, antes del poder y el dinero proveniente del “enamoramiento entre Hebe y Kirchner”, la egregia Fundación de Derechos Humanos (y, de paso, la organización “Hijos”) se dedicaban a acumular trinitrotolueno en el sótano de su “Universidad”. Otra mercadería bien cubierta por el afamado pañuelo blanco.
Schoklender también da buena cuenta de la excelente relación de las “Madres”, nuestro principal organismo defensor de los Derechos Humanos, y distintas entidades terroristas. Narra los vínculos de las Madres con la ETA, con la guerrilla zapatista, con el Ejército de Liberación Nacional colombiano, etc. De esas ligaduras nos parecen de mayor interés las establecidas con las FARC. De éstas dice el héroe “fundacional”:
“Recibíamos permanentemente la visita de los comandantes de las FARC […]. Los comandantes de las FARC solían decirnos que necesitaban que les enviáramos jóvenes con formación política […]. De los jóvenes que fueron por medio de nosotros, muy pocos volvieron. La inmensa mayoría permaneció allá […]. Hebe sentía una gran fascinación por las FARC porque, en cierta medida, sus integrantes representaban algunos de los ideales, del trabajo y de la historia militante de sus hijos” (op. cit., págs. 120, 121, 122).
Trata, después, de las relaciones de las Madres, en especial Hebe de Bonafini, con la Cuba castrista:
“Hebe también se convirtió en la emisaria de los Mensajes de Marcos (del EZLN) hacia Fidel […]. Ya había ocupado un rol similar cuando actuaba de emisaria de Fidel ante los Kirchner […]. A partir de entonces la relación de Hebe con Fidel se hizo muy fluida”.
Hebe pasó a ser un nexo más de lo que venimos sosteniendo desde hace años: la guerrilla y sus adláteres son simples mandaderos del Departamento América del Comité Central del Partido Comunista Cubano.
Por fin, en su miscelánea, el Caballero don Sergio narra cómo doña Hebe lo comisionó para robar, en beneficio de las Madres, y cómo acordó con Patricio Echegaray (secretario general del P.C.A.) que se convirtiera en su reemplazante, en caso que a él lo aprehendieran por “chorro” (pág. 155). Y cierra sus recuerdos con un dato que nadie debe olvidar: “Hebe era la gran mentirosa de unas mentiras necesarias. Por ejemplo, la cuestión de los treinta mil desaparecidos. Cuando la CONADEP dijo que había verificado nueve mil desapariciones, los organismos de derechos humanos dijeron que en realidad debía haber quince mil. Hebe salió a decir que eran treinta mil y a repetirlo una y otra vez hasta que, de tanto decirlo, así quedó. Un solo desaparecido es un tragedia, pero nunca fueron treinta mil, eso fue un invento de ella” (op. cit., pág. 185).
Mentira que después, por boca del Presidente Néstor Kirchner, quedó oficializada dogmáticamente. Un detalle más de lo bien que ha funcionado el marxoducto Fidel-Hebe-los Kirchner. ¡Felicitaciones!
“DISPOSICIÓN FINAL”
En varias ocasiones nos hemos referido al testimonio que nos diera el General Juan Antonio Buasso, acerca de la conversación mantenida por él con el entonces Comandante en Jefe del Ejército, General Jorge Rafael Videla. Lo recordamos ahora.
Buasso contaba que en marzo de 1976, estando él y el general Rodolfo Mujica prácticamente en disponibilidad, por su condición de nacionalistas frente al golpe liberal (situación corroborada por Rosendo Fraga, en “Ejército: del escarnio al poder (1973-1976)”, Buenos Aires, Sudamericana/Planeta, 1988), fueron citados, sucesivamente, por su superior. Como ellos ya estaban algo anoticiados de lo que se les iba a proponer, con su argumentación respectiva, acordaron entre sí, a fin de dar respuestas coincidentes.
El asunto que Videla comunicó a ambos generales, comenzando por el más antiguo, que era Rodolfo Mujica, su decisión de que se hicieran cargo de la Policía Federal Argentina. Aceptada la resolución por el subordinado, Videla los interrogó (siempre cada uno a su turno) acerca de si sabían cómo debían proceder en los casos más graves de los terroristas que fueran detenidos. Ambos militares nacionalistas respondieron que sí lo sabían; que para eso se había reformado el Código Penal, concordado con el Código de Justicia Militar. De otro modo, que se les instruiría juicio sumario castrense, y dictada la sentencia por el juez militar, en su caso, sentencia de muerte, se procedería a fusilar al convicto.
En ese estado de la cuestión fue cuando Videla les dijo que eso era un dislate. Que el Dr. Henry Kissinger le había comentado una situación ejemplar con opciones diversas. Por un lado el General Francisco Franco, en España, al querer ejecutar la pena de muerte contra unos etarras condenados por los Tribunales Militares, se había visto enfrentado con la opinión adversa de todo el mundo, incluida la del Papa Paulo VI. En cambio, Idi Amín Dadá, tirano de Uganda, “se pasaba a la cacerola cinco mil tipos cada noche” (según expresión textual), y nadie decía nada. Luego, para Videla era obvio que el segundo camino, el aconsejado por Kissinger a los militares iberoamericanos que debían contener el ataque castrista, era el correcto.
Los generales nacionalistas convocados respondieron (siempre en su turno) que Franco, maguer la oposición internacional, había fusilado a los etarras, documentando el hecho en expedientes. Que acá no habría necesidad de fusilar a demasiados terroristas, por la calidad ejemplarizadora del fusilamiento público (de la que carecían los métodos clandestinos). Máxime, si como ellos lo pedían, el Ejército mostraba a la población que el castigo iba a comenzar por sus propios miembros traidores. Y señalaron el caso del Coronel Perlinger, quien se hallaba detenido en Campo de Mayo por haber intervenido en la fuga de los guerrilleros del aeropuerto de Trelew. El otro sendero, el de las “desapariciones”, concluyeron, era indigno del Ejército; añadiendo Buasso: “Esto lo vamos a pagar muy caro y largamente, mi General”.
De resultas de lo cual, cada uno de los generales nacionalistas fue pasado a retiro. Aún resuenan en mis oídos las nobles palabras de don Ricardo Curuchet en el ágape de desagravio que los amigos le brindaron a don Rodolfo Mujica. Más largo eco ha tenido el debate sobre el alcance de las “desapariciones” que las Fuerzas Armadas practicaron para reprimir a los agresores castristas.
Videla hasta ahora había negado el hecho, había dado explicaciones ambiguas.
Empero, ante la requisitoria periodística de Ceferino Reato, en el libro “Disposición Final. La confesión de Videla sobre los desaparecidos” (Buenos Aires, Sudamericana, 2012), aunque sin mencionar las entrevistas que mentábamos, da una versión bastante coincidente con aquella que dieron en su momento nuestros generales amigos.
Así, ahora leemos estos párrafos en la obra de Reato:
“Videla se hace cargo de «todos esos hechos» y señala que los alentó de manera implícita, tácita.
“Frente a esas situaciones, había dos caminos para sancionar a los responsables (de las desapariciones) o alentar estas situaciones de manera tácita como una orden superior no escrita que creara la certeza en los mandos inferiores de que nadie sufriría ningún reproche. No había, no podía haber una Orden de Operaciones que lo dijera. Hubo una autorización tácita. Yo me hago cargo de todos esos hechos. Y agrega que, en el contexto de aquella época, fue «la mejor solución» que encontraron.“No había otra solución: estábamos de acuerdo en que era el precio a pagar para ganar la guerra, y necesitábamos que no fuera evidente para que la sociedad no se diera cuenta. Había que eliminar un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas. El dilema era cómo hacerlo para que a la sociedad le pasara desapercibido. La solución fue sutil - la desaparición de personas” (op. cit., págs. 56-57).
Más adelante, Videla aclara un poco el punto. Porque de lo transcrito podría inferirse que él se limitó a tolerar la conducta ilícita de sus subordinados, bien que compartiéndola tácitamente.
En realidad, la cosa fue al revés. Los altos mandos liberales (Viola, Harguindeguy, Massera, “Pajarito” Suárez Mason, Agosti, Villarreal, etc.) fueron los que ordenaron ese tipo de represión, que sus subordinados, por obediencia debida, acataron. Precisamente, en ese otro pasaje del citado libro, el asunto queda más en claro:
“Más allá de cuántos fueron los desaparecidos, Videla afirma que no podía fusilar a «las personas que debían morir para ganar la guerra» por varios motivos. Uno de ellos era que en 1975 el dictador de España, el generalísimo Francisco Franco, había respaldado la decisión de un consejo de guerra que dispuso la ejecución de tres miembros de la ETA, pero no pudo hacerlo por las protestas de gobiernos europeos y latinoamericanos y hasta del papa Paulo VI.“Pongamos que eran siete mil u ocho mil las personas que debían morir para ganar la guerra; no podíamos fusilarlas. ¿Cómo íbamos fusilar a toda esa gente?… porque iba a llegar un momento en que la gente diría: «¡Basta, esto no es Cuba!»” (op. cit., págs. 43-44).
“Se llegó a la decisión que esa gente desapareciera; cada desaparición puede ser entendida ciertamente como el enmascaramiento, el disimulo, de una muerte” (op. cit., pág. 51).
En suma, lo que confiesa Videla es un “crimen de guerra”; delito penal internacional. Homicidios calificados por premeditación. Asesinatos deliberados y ocultados. Aunque de pésima manera judicial, Videla y sus subordinados están pagando aquella negra decisión, tomada para su mal y el de la FF.AA. argentinas. Ante tantas “desapariciones”, la gente de haberlo sabido, les podría haber dicho: “¡Basta, esto no es Uganda!” Este país africano era el modelo que Videla, en 1976, esgrimió ante los dos firmes generales nacionalistas.
Bien. Aunque el propósito de un trío de lecturas no se concretó, al menos, de las dos leídas sacamos una breve y neta lección, a saber: que tan malas pueden ser las aberraciones liberales como las esclavitudes marxistas. Y que muchas veces, ambas ilicitudes se conectan entre sí y se retroalimentan. Una vez más: ¡tomemos debida nota de esta moraleja política y paradoja ideológica!
Tomado de: http://elblogdecabildo.blogspot.com.ar/
domingo, 5 de agosto de 2012
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